El mármol de Michelangelo
- Andrea Gandolfo
- 16 oct 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 27 oct 2020
Un día el Rey de Francia decide visitar al gran artista Michelangelo Buonarroti en Florencia.
El mármol del escultor, todavía virgen, nos habla de ese proceso creativo que está a la base de muchas obras maestras.

Alrededor del siglo XV, en Florencia vivian los Medici, príncipes iluminados y mecenas del arte. En su palacio trabajaban algunos de los más grandes artistas de la época, entre ellos el pintor y escultor Michelangelo Buonarroti.
Un día llegó al palacio de los Medici un buen amigo, el rey de Francia. Para la felicidad de todos, se preparó una gran fiesta y se cocinó un enorme banquete. En el medio de la cena, entre el pollo en salmí y la merluza marinada, el rey preguntó si el gran maestro Michelangelo estaba aun trabajando allí. Una especie de sutil vergüenza se adueñó de los comensales, que sin embargo le contestaron que sí, el maestro vivía y trabajaba en ese mismo palacio.
“Bueno…” dijo el rey “…mañana lo quiero ver.”
“Y sí, mi rey…” le contestó un sirviente “…pero hay un problema.”
“Qué problema?! Yo soy el rey de Francia, para mi no hay problema!”
El día siguiente llevaron al rey al estudio de Michelangelo. Un paje en traje verde se paró frente a la puerta del estudio, le hizo una profunda reverencia y dijo: “Mi rey, antes que entre me permita contarle algo… el maestro enloqueció. Hace cuatro meses que no sale de su estudio, y se queda todo el día parado en silencio en frente a un enorme bloque de mármol, mirándolo, sin mover un músculo.”
“No puede ser!” contestó el rey “Michelangelo, uno de los más grandes artistas del mundo… no les creo, déjenme ver.” Y así, empujando a un lado el pobre paje, el monarca francés entró al estudio.
La luz blanca que filtraba por enormes ventanales cegó sus ojos por algunos segundos. Cuando recuperó la vista y su paso volvió firme, se quedó incrédulo, con la boca abierta como una ostra. Michelangelo estaba parado inmóvil en el centro de su estudio, con los brazos cruzados, mirando con extrema atención un enorme bloque de mármol.
Todavía asombrado, el rey se acercó al artista, y con voz suave preguntó: “Michelangelo… qué estás haciendo?” El maestro se dio vuelta lentamente, le sonrió como si fuera un niño, y dijo: “Mi querido rey… no ves… estoy trabajando!”
Un mes después, ese mismo bloque de mármol era “La Piedad”, una de las esculturas más famosas de la historia.
Michelangelo afirmaba que él no creaba la obra de arte, su trabajo de escultor era sencillamente sacar a la luz la estatua, quitando el mármol en exceso. La estatua ya existía dentro de la piedra, completa, perfecta, eterna; su tarea era solo verla y entender como traerla afuera de la prisión del mármol bruto. Por esta razón se quedaba meses observando el bloque de piedra, cada mínima raya, cada ángulo, cada imperfección… y cuando podía ver con claridad la estatua, solo en ese momento la sacaba a la luz.
El trabajo del editor es muy parecido al trabajo del escultor. Para algunos podría parecer casi ofensivo, podrían objetar que montar es construir, estructurar, crear con la materia bruta, pero yo creo - usando un concepto planteado por el mismo Walter Murch - que lo que realmente hacemos es sencillamente quitar el material en exceso, lo que no sirve a la historia, para llegar al esencial, al film. Nadie sabe “a priori” como editar una película, porque nadie conoce la película, nadie todavía la vio o la escuchó, sin embargo la película ya existe, completa, perfecta, eterna, dentro de los materiales brutos grabados. Nuestro trabajo como editores es encontrarla y sacarla a la luz. Para hacer eso, tenemos que saber observar y escuchar el material, tenemos que saber percibir el ritmo y la respiración propia de la película. Y concretamente no se trata de saber cual plano necesitamos después de lo que estamos editando, se trata de reconocer dicho plano cuando lo encontraremos.
TRAILER SQUILLO-KUBRICK 01
Era el 1999, mi primer año en la escuela de cine. Examen final del curso de montaje. El profesor nos pide editar el trailer de una película. Para que la tarea sea mas desafiante, decido elegir la peor película que vi en mi vida, “Squillo”, y usar conceptos y estéticas de uno de los más grandes autores del cine, Stanley Kubrick. De esta forma, a través del montaje, mi idea era mezclar lo más alto con lo más bajo.
El resultado fueron tres trailers. Este es el primero.
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